Abrí los ojos tratando de ubicarme en el tiempo y el espacio. Creí que podía ser sábado, pero algo me decía que no. Agarré mi celular (el que no quiso despertarme hoy) estirando la mano con la cara aun pegada a la almohada y lo puse exactamente frente a mis ojos. Chinitos y con ganas de seguir cerrados pude ver que eran las 6:27 de la mañana.
Comprobé que era viernes y me dormí unos quince minutos más acurrucándome entre las sábanas. Esos 10 o 15 minutos extras de sueño, suelen ser los mejores de la noche, siempre me ha pasado. Luego, como con una alarma interna, me paré cual resorte de la cama y me metía la ducha sin ver el reloj. Me cambié y agarré la cartera de ayer para pasar las cosas a la de hoy. Miré una vez más el reloj cerrando un ojo esperando que no sea tan tarde, 7:27 de la mañana. Todo bien, estamos con tiempo.
Agarré las llaves y me zambullí en el tráfico. Hoy es viernes y en mi cabeza solo estaba visualizando el fin de semana. Pero mis ojos seguían cansados. No sé porque sentía como si hubiera llorado toda la noche. Pesadillas? Puede ser, pero era una sensación extraña. Como de vacío. Miré el reloj del carro nuevamente y ahora eran las 8:27.
Raro?
Puede ser.
Pero bastó llegar a mi oficina y que alguien pregunte: "qué día es hoy?"
"Hoy es 27", gritaron por ahí.
Hoy es viernes 27 de abril. Y todos los 27 son especiales para mí. No porque recuerde que algo malo pasó hace 3 años y 7 meses. Sino porque cada 27 me recuerda que todo tiene un principio pero nunca un final. Pues un 27 no terminó tu vida, sino que pasó a ser diferente. Tú vida, y la mía también.
Hoy es 27. Y un 27 como hoy, uno de los mejores angelitos pasó a las filas de arriba.
Hoy es un 27 como todos los otros.
Pero 27 al fin.